Comentario
Si relacionamos extensión territorial y movimiento comercial, es obligado afirmar que ningún país europeo alcanzó durante el siglo XVII la potencia económica de las Provincias Unidas. Habituados a obtener el máximo rendimiento de su agricultura, a desarrollar sus industrias y a comerciar con todos sus vecinos, vendiendo allí lo que compraban acá, los neerlandeses -aprovechando la tradición mercantil del país y el desplazamiento del tráfico comercial desde el eje del Mediterráneo al Atlántico aumentaron su capacidad de producción y potenciaron sus intercambios comerciales.Pero no debe despreciarse el elevado flujo humano de flamencos, brabanzones o valones (protestantes o no), de hugonotes franceses, de judíos sefarditas, que se establecieron en Amsterdan (un tercio de su población era foránea a finales del siglo XVI), Leyden o Haarlem. Así, no se olvide que la familia Trip, comitente de Rembrandt, Maes y Cuyp, procedía de Lieja. Esa masa migratoria aportó técnica especializada y, sobre todo, buena parte del capital que hizo posible la fundación del Banco de Amsterdam (1609) y de las dos grandes compañías comerciales que se aseguraron el monopolio del tráfico colonial.En 1596, los Estados de Holanda ya declararon que "del dominio del mar y del desarrollo de la guerra en el agua depende la prosperidad del país". No se equivocaron. Desde finales del siglo XVI, los marinos holandeses y zelandeses (los pordioseros del mar), convertidos en redistribuidores desde Lisboa de los productos de las Indias Orientales, intentaron la explotación directa de esas ricas materias, orientando su actividad marítima al descubrimiento de nuevas vías de comunicación y a la apertura de otros mercados. En 1602, la burguesía holandesa -y detrás, Oldenbarneveldt- fundó la Compañía de las Indias Orientales que emprendió, protegida por un ejército propio y al amparo de privilegios, la explotación colonial en Insulindia, fundando Batavia (1610), ocupando Malaca y parte de la isla de Ceilán, comerciando con Japón y China, estableciendo las bases coloniales de El Cabo (1652) e instalándose en Guinea. En 1621, con igual finalidad comercial, pero no exenta de intencionalidad política por el odio a lo español, la misma plutocracia burguesa fundaría la Compañía de las Indias Occidentales, que atacaría las posesiones de la Corona hispano-portuguesa y buscaría la colonización estable en Brasil (1630-45) y la Guayana, y fundaría en el norte, en la desembocadura del río Hudson, la colonia de Nueva Amsterdam.Basándose en la ubicación de las factorías y los corresponsales, la división de los riesgos individuales y el oportunismo coyuntural, y poniendo en marcha una marcada capacidad de iniciativa y los capitales acumulados, especularon con amigos y enemigos y traficaron con todo, desarrollando un comercio interregional con productos que ellos nunca explotaban directamente. De Extremo Oriente y Africa exportaban arroz, azúcar, especias, maderas preciosas, marfil, oro, diamantes y estaño, que distribuían por toda Europa. Aprovechando las agudas crisis de subsistencia sufridas por los países del Mediterráneo, entre 1580-1650 enviaron a España, Italia y Francia trigo, cebada y centeno comprados en los Estados del Báltico (Prusia y Polonia), regresando con vino, fruta, sal o metales preciosos. Si exportaban telas de Leyden, volvían cargados con hierro y madera de Suecia. Con razón, fueron llamados los carreteros de los mares por el embajador inglés sir William Temple. Un dato tan sólo: al mediar el siglo XVII, la marina neerlandesa contaba con 3.500 navíos y una capacidad de 600.000 toneladas, el doble de las flotas francesa e inglesa juntas.República de comerciantes (hasta cuando ejercían de gobernantes y administradores), muy lejos de ser democrática -como tan alegremente se repite-, era con todo el país más tolerante del momento (libertades de religión, imprenta y expresión), que episodios como el exilio de H. Grozio o el acoso a que fue sometido Spinoza por los judíos, enturbian pero no destruyen. Aun así, para comprender todas sus manifestaciones, incluidas las artísticas, debe sopesarse el credo de su clase rectora, que creía a ciegas que su riqueza y bienestar eran extensivos al resto de la sociedad y al total de sus conciudadanos. Si así no sucedió, lo cierto es que la mediana y pequeña burguesía de comerciantes, tenderos y artesanos, los profesionales liberales, funcionarios y militares, y hasta los ministros de las diferentes iglesias, los pocos nobles, los cortesanos de La Haya y los mismos príncipes de Orange pretendieron, unos por gusto y otros forzados a ello, emularlos en cierta medida y según sus capacidades financieras. En este sentido, viene explicándose el rápido ascenso económico de las dinámicas y explosivas Provincias Unidas como el más convincente ejemplo de la influencia de la austera y rigurosa ascesis calvinista en el predominio capitalista. Según ello, los burgueses neerlandeses encontraron en la moral activa del calvinismo, y en su especial valoración del trabajo profesional, entendido como misión providencial asignada a cada individuo, la base doctrinal que confería plena satisfacción a sus ideales en torno a la acumulación de capital y los estímulos necesarios para sus actividades laborales y económicas.El éxito de la ortodoxia calvinista fundada en la doctrina de la predestinación (la fe del creyente en la elección individual por Dios para la salvación, redimido por sólo los méritos de Cristo), implicó extirpar de la comunidad de creyentes la angustia de la duda y hacerla más laboriosa para la vida terrena, para la actividad profesional. De este mecanismo psicológico derivaría, precisamente, el gran despegue comercial y la asombrosa prosperidad económica de las Siete Provincias Unidas durante el siglo XVII.Si tales afirmaciones parecen excesivas, erróneo sería negar que el calvinismo -una de las mayores fuerzas impulsoras de la rebelión y del progreso neerlandés, a pesar de ser minoría a fines del siglo XVI y principios del XVII, y aunque hacia 1650 sólo representaba el 55 por 100 de la población- estimuló el ansia de trabajo, el afán por la acumulación de capitales, el gusto por la creación y el deseo de triunfo social como reflejo de la voluntad electiva divina.